Cuando un indígena
encuentra una mina de oro



La mina no solo era la vida de la tierra, sino que también representa la sangre en la tierra.
El territorio que le entregó Caragabí a los emberá katío se ha visto amenazado poco a poco por la economía extractivista de oro en la región del Alto Andágueda, en el departamento del Chocó. A partir de la época de la conquista, cuando el expedicionario Vasco Núñez de Balboa atravesó el istmo de Panamá, este territorio ha sido codiciado por las minas de oro que hay en las entrañas de sus montañas (ONU, 2014). Un ejemplo de lo anterior es que los españoles, desde 1513, comenzaron a transitar las selvas del Chocó y el Urabá en busca de tales depósitos de oro (Hoyos, 2016).
Tiempo después, a finales del siglo XIX, comenzaron a llegar y a establecerse en la región algunos mineros paisas provenientes del antiguo departamento de Caldas, con el fin de explotar una mina que había sido descubierta recientemente. Esta mina, que con el tiempo se llamaría El Morrón, se convirtió con los años en uno de los sitios de explotación más prósperos de la región (Hoyos, 2016). De acuerdo con Hoyos (2016), a inicio del siglo XX, la mina pasó a ser propiedad de Guillermo Montoya y Ricardo Escobar, quienes se convirtieron en socios; sin embargo, con la muerte de uno de ellos, los problemas entre los Escobar y los Montoya aparecieron.
Mientras el pleito entre estas dos familias por los derechos sobre El Morrón continuaba, en los años cincuenta, un nuevo suceso avivó las discrepancias entre indígenas y colonos. Un participante de la IMH, indígena emberá katío, relata: «En los años cincuenta, los indígenas encontraron la primera mina grande de oro y, a raíz de esto, comenzó el conflicto entre indígenas y antioqueños»1. Este conflicto interno en la región se libró a punta de cerbatana, machete y escopeta (Cárdenas, 2017). También se difundió el miedo, las amenazas, los ataques y los asesinatos entre indígenas y colonos antioqueños. Estos hechos hicieron que la armonía natural y cultural fuera desapareciendo poco a poco. La extracción del oro no solo contaminó la tierra, sino también los cuerpos y los corazones de la gente.
Ante este panorama de disputa entre familias paisas y entre colonos e indígenas, se le sumó el descubrimiento de una nueva mina, un hecho que aún hoy en día los habitantes del Alto Andágueda recuerdan. En 1975, Aníbal Murillo, indígena emberá de la región, encuentra a dos kilómetros de El Morrón una nueva mina denominada La Bruja. Aníbal, junto con los indígenas de la región, comienza a explotar el yacimiento. No obstante, la familia Escobar, al enterarse de esta nueva mina, hace todo lo posible para obtener los derechos de explotación (Molina y Molina, 2013):
De acuerdo con Hoyos (2016), los Escobar usaron distintas artimañas y estrategias para poseer los títulos de la nueva mina e impedir que los indígenas siguieran explotándola. Entre otras maniobras, presentaron distintas solicitudes administrativas y legales sobre los predios hasta que lograron imponer un puesto de vigilancia de la Policía en la región. Esta situación indispuso a Eduardo Montoya, hijo de Guillermo Montoya, antiguo socio de los Escobar, quien alentó a los indígenas de la zona a reclamar la mina como suya (Hoyos, 2016). Fue así como el conflicto interno entre los emberá katío de la zona se profundizó:
Más tarde, en el año 1978, la familia Escobar obtiene por fin los derechos totales de explotación de la mina (Molina y Molina, 2013). Ante esta vulneración a los derechos como comunidades indígenas y a la transgresión de los derechos ancestrales que los emberá poseen sobre esas tierras, aparecieron Luis Enrique Arce y otras personas, quienes el 14 de agosto de 1978 suscribieron un memorial dirigido al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), con una solicitud para que se constituya, a favor de los emberá, una reserva territorial en el Alto Andágueda (Hoyos, 2016). Pero, como nos cuentan los participantes de la IMH, esto empeoró la situación. La mina no solo era la vida de la tierra, sino que también representala sangre en la tierra.
Ante esta situación, la comunidad, para no verse envuelta más por este conflicto, prefirió huir: «Después del asesinato de Luis Arce ya no hubo guerra en Conondó, mi territorio. Todo estaba solo. Todo fue abandono. La gente empezó a rebuscarse la vida de otra manera», relata uno de los participantes de la IMH. Sin embargo, esa «tranquilidad» no era la misma en las otras zonas de la región, como Chuigó, Aguasal, río Colorado y Paságuera, en donde se abría otro capítulo en la historia del conflicto. El enfrentamiento por el control del oro fue cambiando de actores y, de esta manera, la violencia se agudizó en las poblaciones. Es así como en los años siguientes se presentaron asesinatos de venganza entre dos comunidades de los emberá katío. Asimismo, todos los emberá del Alto Andágueda comenzaron a ser desterrados de los ríos Colorado y Azul.
Sin embargo, el descubrimiento de La Bruja no solo agudizó el conflicto interno, sino que también motivó la llegada de nuevos actores armados, como guerrillas, narcotraficantes, Ejército y bandoleros (Cinep, 2014). De esta forma, el primer grupo armado ilegal que entró al territorio fue el Movimiento 19 de Abril (M19). Luego, el Ejército montó un campamento en la Misión de Aguasal, desde donde reclutaron y entrenaron grupos indígenas que luego darían origen a un grupo paramilitar. Con el tiempo, los grupos armados aumentaron y con ellos la hostilidad, las amenazas y el reclutamiento. Según Verdad Abierta (2017), las guerrillas del Ejército de Liberación Popular (EPL), el Ejército Revolucionario Guevarista (ERG), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros actores armados se han disputado las minas de oro del resguardo. En definitiva, como indican los participantes de la IMH, «donde hay minas, hay guerrillas».
Los problemas y conflictos se incrementaron, las guerrillas empezaron a ser parte del panorama. En ese período muchos indígenas del Alto Andágueda fueron desterrados y desplazados de sus tierras.
Pese a la persecución, la comunidad resistió, pero, desde inicios de los años dos mil, ese inmenso territorio abundante en oro volvió a traer desgracia, desarraigo y abandono:
Los participantes de la IMH también cuenta la razón por la que emigró del Resguardo Tahamí – Alto Andágueda a Bogotá:
El 12 de mayo del 2008, hubo un enfrentamiento entre el Ejército y las FARC en frente de la comunidad y, como resultado, personas inocentes murieron en el combate. Me fui por temor, dejé todo en el pueblo (Participante de la IMH, 2020, 04 de noviembre).
Allá hay minería ilegal. Cuando entró la minería hubo contaminación y el río ya no sirve para pescar. Por ese motivo nosotros salimos. Quienes hacen minería son los paramilitares. No hay solución, ni gobernador, ni cabildo. La minería no respeta, hay problemas y amenazas. Lo pueden culpar, lo pueden matar (Participante de la IMH, comunicación personal, 5 de noviembre de 2020).
Esta situación lleva a suponer que la actual actividad de explotación minera afecta y vulnera de manera directa algunos de los derechos fundamentales del pueblo emberá katío, pues esta actividad contribuye aún más al surgimiento o a la expansión de problemas comunes desestabilizadores de la seguridad y convivencia ciudadana, al igual que al quebrantamiento de la integridad de las poblaciones que habitan este territorio minero.
Finalmente, uno de los participantes comenta que, desde siempre, los integrantes de las comunidades han denunciado ante las autoridades la situación, pero sus quejas no son atendidas debidamente. La anterior es una larga y triste historia sobre el oro y los enfrentamientos que hubo en los territorios de las comunidades emberá en el departamento del Chocó a causa del valioso mineral. La codicia por el oro del Alto Andágueda ha sido la miseria para este pueblo y hace parte de una historia que empieza desde la época de la conquista, pero su capítulo más crudo se desarrolla desde los años setenta hasta la actualidad, cuando un indígena encontró una mina de oro.
- Cárdenas, S. (Mayo 20, 2017). Los emberá katío vuelven a su tierra ancestral. El Tiempo.
- Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). (2014), Panorama nacional de derechos humanos y violencia política en Colombia. Revista Noche y Niebla, 49.
- Hoyos, J. (2016). El oro y la sangre. Tercera edición. Silaba Editores.
- Las promesas a medio cumplir a indígenas del Alto Andágueda. (Junio 9, 2017). Verdad Abierta.
- Molina, J. y Molina, H. (2013). Caracterización de la población dispersa de la población del pueblo Emberá Katío del Alto Andágueda presente en los departamentos de Antioquia, Risaralda, (Eje Cafetero) y Bogotá D. C.Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas.
- Organización de Naciones Unidas (ONU). Colombia. (Abril 8, 2014). El oro, la maldición del territorio Emberá en Chocó.




Cuando un indígena
encuentra una mina de oro



La mina no solo era la vida de la tierra, sino que también representa la sangre en la tierra.
El territorio que le entregó Caragabí a los emberá katío se ha visto amenazado poco a poco por la economía extractivista de oro en la región del Alto Andágueda, en el departamento del Chocó. A partir de la época de la conquista, cuando el expedicionario Vasco Núñez de Balboa atravesó el istmo de Panamá, este territorio ha sido codiciado por las minas de oro que hay en las entrañas de sus montañas (ONU, 2014). Un ejemplo de lo anterior es que los españoles, desde 1513, comenzaron a transitar las selvas del Chocó y el Urabá en busca de tales depósitos de oro (Hoyos, 2016).
Tiempo después, a finales del siglo XIX, comenzaron a llegar y a establecerse en la región algunos mineros paisas provenientes del antiguo departamento de Caldas, con el fin de explotar una mina que había sido descubierta recientemente. Esta mina, que con el tiempo se llamaría El Morrón, se convirtió con los años en uno de los sitios de explotación más prósperos de la región (Hoyos, 2016). De acuerdo con Hoyos (2016), a inicio del siglo XX, la mina pasó a ser propiedad de Guillermo Montoya y Ricardo Escobar, quienes se convirtieron en socios; sin embargo, con la muerte de uno de ellos, los problemas entre los Escobar y los Montoya aparecieron.
Mientras el pleito entre estas dos familias por los derechos sobre El Morrón continuaba, en los años cincuenta, un nuevo suceso avivó las discrepancias entre indígenas y colonos. Un participante de la IMH, indígena emberá katío, relata: «En los años cincuenta, los indígenas encontraron la primera mina grande de oro y, a raíz de esto, comenzó el conflicto entre indígenas y antioqueños»1. Este conflicto interno en la región se libró a punta de cerbatana, machete y escopeta (Cárdenas, 2017). También se difundió el miedo, las amenazas, los ataques y los asesinatos entre indígenas y colonos antioqueños. Estos hechos hicieron que la armonía natural y cultural fuera desapareciendo poco a poco. La extracción del oro no solo contaminó la tierra, sino también los cuerpos y los corazones de la gente.
Ante este panorama de disputa entre familias paisas y entre colonos e indígenas, se le sumó el descubrimiento de una nueva mina, un hecho que aún hoy en día los habitantes del Alto Andágueda recuerdan. En 1975, Aníbal Murillo, indígena emberá de la región, encuentra a dos kilómetros de El Morrón una nueva mina denominada La Bruja. Aníbal, junto con los indígenas de la región, comienza a explotar el yacimiento. No obstante, la familia Escobar, al enterarse de esta nueva mina, hace todo lo posible para obtener los derechos de explotación (Molina y Molina, 2013):
De acuerdo con Hoyos (2016), los Escobar usaron distintas artimañas y estrategias para poseer los títulos de la nueva mina e impedir que los indígenas siguieran explotándola. Entre otras maniobras, presentaron distintas solicitudes administrativas y legales sobre los predios hasta que lograron imponer un puesto de vigilancia de la Policía en la región. Esta situación indispuso a Eduardo Montoya, hijo de Guillermo Montoya, antiguo socio de los Escobar, quien alentó a los indígenas de la zona a reclamar la mina como suya (Hoyos, 2016). Fue así como el conflicto interno entre los emberá katío de la zona se profundizó:
Más tarde, en el año 1978, la familia Escobar obtiene por fin los derechos totales de explotación de la mina (Molina y Molina, 2013). Ante esta vulneración a los derechos como comunidades indígenas y a la transgresión de los derechos ancestrales que los emberá poseen sobre esas tierras, aparecieron Luis Enrique Arce y otras personas, quienes el 14 de agosto de 1978 suscribieron un memorial dirigido al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), con una solicitud para que se constituya, a favor de los emberá, una reserva territorial en el Alto Andágueda (Hoyos, 2016). Pero, como nos cuentan los participantes de la IMH, esto empeoró la situación. La mina no solo era la vida de la tierra, sino que también representala sangre en la tierra.
Ante esta situación, la comunidad, para no verse envuelta más por este conflicto, prefirió huir: «Después del asesinato de Luis Arce ya no hubo guerra en Conondó, mi territorio. Todo estaba solo. Todo fue abandono. La gente empezó a rebuscarse la vida de otra manera», relata uno de los participantes de la IMH. Sin embargo, esa «tranquilidad» no era la misma en las otras zonas de la región, como Chuigó, Aguasal, río Colorado y Paságuera, en donde se abría otro capítulo en la historia del conflicto. El enfrentamiento por el control del oro fue cambiando de actores y, de esta manera, la violencia se agudizó en las poblaciones. Es así como en los años siguientes se presentaron asesinatos de venganza entre dos comunidades de los emberá katío. Asimismo, todos los emberá del Alto Andágueda comenzaron a ser desterrados de los ríos Colorado y Azul.
Sin embargo, el descubrimiento de La Bruja no solo agudizó el conflicto interno, sino que también motivó la llegada de nuevos actores armados, como guerrillas, narcotraficantes, Ejército y bandoleros (Cinep, 2014). De esta forma, el primer grupo armado ilegal que entró al territorio fue el Movimiento 19 de Abril (M19). Luego, el Ejército montó un campamento en la Misión de Aguasal, desde donde reclutaron y entrenaron grupos indígenas que luego darían origen a un grupo paramilitar. Con el tiempo, los grupos armados aumentaron y con ellos la hostilidad, las amenazas y el reclutamiento. Según Verdad Abierta (2017), las guerrillas del Ejército de Liberación Popular (EPL), el Ejército Revolucionario Guevarista (ERG), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros actores armados se han disputado las minas de oro del resguardo. En definitiva, como indican los participantes de la IMH, «donde hay minas, hay guerrillas».
Los problemas y conflictos se incrementaron, las guerrillas empezaron a ser parte del panorama. En ese período muchos indígenas del Alto Andágueda fueron desterrados y desplazados de sus tierras.
Pese a la persecución, la comunidad resistió, pero, desde inicios de los años dos mil, ese inmenso territorio abundante en oro volvió a traer desgracia, desarraigo y abandono:
Los participantes de la IMH también cuenta la razón por la que emigró del Resguardo Tahamí – Alto Andágueda a Bogotá:
El 12 de mayo del 2008, hubo un enfrentamiento entre el Ejército y las FARC en frente de la comunidad y, como resultado, personas inocentes murieron en el combate. Me fui por temor, dejé todo en el pueblo (Participante de la IMH, 2020, 04 de noviembre).
Allá hay minería ilegal. Cuando entró la minería hubo contaminación y el río ya no sirve para pescar. Por ese motivo nosotros salimos. Quienes hacen minería son los paramilitares. No hay solución, ni gobernador, ni cabildo. La minería no respeta, hay problemas y amenazas. Lo pueden culpar, lo pueden matar (Participante de la IMH, comunicación personal, 5 de noviembre de 2020).
Esta situación lleva a suponer que la actual actividad de explotación minera afecta y vulnera de manera directa algunos de los derechos fundamentales del pueblo emberá katío, pues esta actividad contribuye aún más al surgimiento o a la expansión de problemas comunes desestabilizadores de la seguridad y convivencia ciudadana, al igual que al quebrantamiento de la integridad de las poblaciones que habitan este territorio minero.
Finalmente, uno de los participantes comenta que, desde siempre, los integrantes de las comunidades han denunciado ante las autoridades la situación, pero sus quejas no son atendidas debidamente. La anterior es una larga y triste historia sobre el oro y los enfrentamientos que hubo en los territorios de las comunidades emberá en el departamento del Chocó a causa del valioso mineral. La codicia por el oro del Alto Andágueda ha sido la miseria para este pueblo y hace parte de una historia que empieza desde la época de la conquista, pero su capítulo más crudo se desarrolla desde los años setenta hasta la actualidad, cuando un indígena encontró una mina de oro.
- Cárdenas, S. (Mayo 20, 2017). Los emberá katío vuelven a su tierra ancestral. El Tiempo.
- Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). (2014), Panorama nacional de derechos humanos y violencia política en Colombia. Revista Noche y Niebla, 49.
- Hoyos, J. (2016). El oro y la sangre. Tercera edición. Silaba Editores.
- Las promesas a medio cumplir a indígenas del Alto Andágueda. (Junio 9, 2017). Verdad Abierta.
- Molina, J. y Molina, H. (2013). Caracterización de la población dispersa de la población del pueblo Emberá Katío del Alto Andágueda presente en los departamentos de Antioquia, Risaralda, (Eje Cafetero) y Bogotá D. C.Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas.
- Organización de Naciones Unidas (ONU). Colombia. (Abril 8, 2014). El oro, la maldición del territorio Emberá en Chocó.



