En un día normal, Dora se ponía a barrer antes de hacer el desayuno. Lavaba la ropa y ahí sí comenzaba a hacer el almuerzo. Le gustaba variar la comida. Carne, pescado, arroz con pollo o camarón. En ese caso, yo arrancaba para Ciénaga, le traía sus camarones y ella hacía su arroz. Cuando yo llegaba del trabajo, lo primero que hacía era recibirme con un tinto; si venía con una visita o un compañero de trabajo, ella también le servía la comida. A mediodía tomaba la siesta. Hubo un tiempo en que hacía dulce de coco. Lo que quedaba, lo vendía.

Conocí a Dora, a quien todo el mundo le decía Yiya, en 1978. Yo me había criado en Aracataca, y tiempo después pasé a Guacamayal. A veces, me iba a coger algodón al Valle o al Atlántico a trabajar, hasta que llegué aquí, a La Iberia, cuando yo ya tenía veintipico. Aquí la conocí, conversamos y nos enamoramos. Su familia sí es de esta zona. Sus padres se llamaban Nohora Esther Charris y Lorenzo Ortiz, y tuvo nueve hermanos. Ella era la tercera de los hijos. Las tierras de la familia, que completaban cinco hectáreas, eran propias. Cultivaban cacao y después guineo. Hoy en día esas tierras las tienen los hermanos.

Una vez hubo un accidente muy grave con la energía, que dejó muy afectada a mi suegra y mató a un hermano de Dora. Mi suegra iba a desconectar una estufa y, cuando lo hizo, quedó ahí pegada de la corriente. Perdió un brazo y un seno. El hermano, el último de los varones, se estaba bañando con agua lluvia y, al ver eso, cogió a la mamá y claro, murió ahí. Dora también agarró a su mamá y eso le afectó. Yo digo que por esa luz fue que Dora quedó sufriendo de convulsiones. Ella parecía como la gente que la mueve la luna: estaba así y, de pronto, quedaba ahogada. Solo hasta que le batíamos el aire con el abanico quedaba otra vez normal.

Desde el principio fue muy celosa. Una vez me vio llegar con otra novia y la atacó. A mí me tocó pedirle ayuda a su abuelita para volver a enamorarla, con detallitos. Menos mal lo logré y volvimos a ser novios. Fue un noviazgo bonito. En 1980 decidimos casarnos. Una prima me acompañó a hablar con sus papás y ellos aceptaron nuestra relación. Tuvimos una fiesta grande, aunque ella al principio no quería tener una fiesta con el papá. Ese día nos fuimos en un bus e hicimos el recorrido hasta Orihueca, donde nos casamos por la Iglesia católica. Al regreso, después de que se bajara toda esa multitud de gente, una señora comenzó a echarnos arroz hasta llegar a la casa, lo cual fue hermoso, pa’ qué. Todo el mundo fue a nuestro matrimonio, y estuvimos muy bien gracias a los regalos que nos hicieron. En ese tiempo a los novios les regalaban el cerdo o el chivo, hasta la yuca, y con eso pudimos pasarla bien. ¿Y quién no?, si teníamos nuestro picó [14], El castigador, que todavía está por ahí, en el local de mi cuñado. Pasamos la luna de miel en Ciénaga, donde una hermana de ella. Después, nos vinimos para Iberia. Cuando nos fuimos a vivir juntos ella se trajo a su papá, para cuidarlo.

Yiya era morena, tenía los ojos cafés y le gustaba vestirse seria y vanidosa. Siempre usó falda o vestido largo, por debajo de la rodilla. Nunca se le vio con pantalones. Mi esposa era bien alegre y salíamos a bailar a las casetas. Le gustaba el vallenato y su cantante favorito era Diomedes Díaz. En esos años podíamos salir por la noche. Esto estaba quieto, tranquilo, sin violencia.

[14] Forma coloquial de Pick-up, parlante potente que ameniza bailes y festejos en la costa Caribe.

Al año de casados nació Fanny. Después llegaron Luis Alberto y Germán. En el camino perdimos dos bebés, uno por un aborto y el otro porque le echaron mal de ojo cuando tenía ocho meses. Ese niño tenía una mata de pelo. Murió de asfixia y botó la hiel en Santa Marta. Desde entonces Dora dijo que no tendría más hijos, y así fue.

Con Dora pudimos darles estudio a los hijos. Fanny terminó su bachillerato aquí en Orihueca y Luis Alberto, al que le decía El negro, terminó en Santa Marta. El único que no terminó fue Germancito. Ella les dejó una buena crianza a los hijos. No le gustaba lo ajeno. Si cualquiera traía un juguete, un carrito que era ajeno, enseguida lo mandaba devolver. El hijo menor, Germancito, era su adoración. Cuando llegaba del trabajo él cargaba a su mamá. Decía –vamos a darle una cargada –y ella– ¿es que acaso yo estoy qué, cayéndome? Y él le respondía –que te quiero cargar. Germán la abrazaba, se ponía a jugar con ella ahí, pa’ qué, fue muy buena Dora, fue muy buena persona. Además de la buena relación con los hijos, Dora cuidó de sus papás y de su abuela, que vivió hasta los 105 años. Llamaba a Neris, una de sus hermanas, todos los días a mediodía. Neris y sus hijos se la pasaban aquí, criándose con los nuestros.

Nosotros fuimos parceleros que estuvimos en el primer ingreso a Las Franciscas, en 1987. En ese tiempo el Incora nos dijo en Santa Marta que había unas tierras baldías. Nos organizamos con el Comité y nos metimos una noche. Esa vez, Dora no me acompañó porque se quedó atendiendo la niña. Nosotros, los de la organización, nos conocíamos como amigos y buscamos a los que podrían interesarse en entrar. Esa noche nos metimos y ahí nos amaneció; al otro día se hizo como un ranchito, unas carpas para estar en el día. Cuando Toño Riascos, quien alegaba tener la posesión de ese terreno, se enteró, sí se armó la revolución. El Incora nos dio el aval para que nosotros mismos armáramos la repartición. Elegimos un presidente y lo hicimos por sorteo. Cada quien iba midiendo, y los demás marcando atrás. A nosotros nos tocó de a tres hectáreas, en donde armamos una enramada. Yo iba, cultivaba y regresaba a la casa. En ese tiempo ya teníamos la casa en el pueblo. Desafortunadamente, ese mismo año nos tocó salir.

Desde ese momento hasta 1996, fecha de nuestra segunda entrada a Las Franciscas, yo me ocupé sacando cortes para sobrevivir. Nosotros nos quedamos, a diferencia de otros compañeros que sí se fueron. Un parcelero siempre nos buscaba para limpiar las tierras y también vivíamos de eso. La segunda entrada ya la hicimos de día y estuvieron personas nuevas. Esa vez decidimos entrar porque ya teníamos más fuerza y seguíamos unidos como organización. Nosotros mantuvimos la comunicación. Con Dora íbamos, trabajábamos y nos regresábamos; nunca vivimos allá, aunque sí armamos una enramada. En la parcela tuvimos guineo, que no sirvió, porque necesita mucha agua y allá casi no había. Yo tenía que irme de noche para recoger agua y regar las maticas. También sembré ají, zapote y llegamos a tener una hectárea de limón y una de mango.

A veces íbamos con Dora los domingos o los días particulares a hacer sancocho. Mientras yo trabajaba, ella hacía su sancocho ahí. Pasábamos el día allá y en la tardecita nos veníamos pa’ acá. Yiya les hacía sancocho a todos, porque estaban retirados. De las amistades con los parceleros, recuerdo a María Badillo, también se hablaba con el señor Charry, con Julio Machacón, con los Fernández, con uno al que le decíamos El papayero. Cuando mataron a José Kelsi, en 2004, y tuvimos que salir, yo recién había comprado una tubería para regar el ají. Todo eso quedó botado y no alcancé a ver la cosecha de mango.

Dora siguió siendo vanidosa. Le salió un lunar con canas y se lo pintaba de negro. Con ella tuvimos varios nietos. Fanny nos dio tres, Luis Alberto dos y Germán tres, aunque Dora no alcanzó a conocer al último de Germán. A ella no le gustaba cuando les pegaban a los pelaos, se cabreaba. Los niños también le decían Yiya. Iban y la abrazaban. Hoy Fanny vive en Bogotá, y Luis Alberto y Germán son parceleros. Desfloran el guineo, embolsan, lo amarran. Hacen varias labores en una finca.

Dora se acordaba de su mamá y su papá, y se ponía nerviosa, por los ataques que le daban. Neris le decía que se controlara y le hacían análisis. El día que murió, yo llegué del trabajo, pero no entré a buscarla. Fue raro que no saliera con el tinto. Mandé a mi nieta a llamarla, pero ella contestó que su abuela no se quería levantar. Eso fue el 30 de junio de 2012.

A mí, Leopoldo, todavía me da duro recordarla. Ella está sepultada en la misma bóveda que sus papás y su abuela. Nosotros con Germán íbamos cada ocho días al cementerio a llevarle flores. La gente nos comenzó a decir que eso era malo, ir cada ratico. Dora era creyente. Fanny comenzó a asistir al culto y convidaba a su mamá a que fuera también, y nosotros con el tiempo dejamos de ir a las velaciones. Pero no dejamos de ir a visitarla con corona de flores y unas espermas. Cuando nos entreguen la tierra, los hijos van a dejar ese trabajo y vamos a cultivar guineo en lo propio, con el favor de Dios.

HISTORIAS DE VIDA Y RESISTENCIA

Los logros de AUCREFRAN (Asociación de Usuarios Campesinos Retornados a las Franciscas I y II), que ha representado a más de cincuenta familias, han sido posibles gracias a su persistencia y valentía. Muchos miembros no alcanzaron a ver el día en que los largos años de trabajo de la Asociación rendían fruto. Quienes regresan a sus tierras han querido rendir homenaje a varios compañeros y compañeras que se quedaron por el camino de regreso a las Franciscas. Los siguientes perfiles biográficos corresponden a quince personas, cada una con formas distintas de ser y de pensar, a quienes les unió la amistad, el amor por la tierra, el orgullo de ser campesinos y el sueño de recuperar sus parcelas. Recordar sus orígenes, sus anécdotas y sus expresiones de tristeza y alegría fortalece a la Asociación y les llena de fuerza para seguir su ejemplo. A quienes no los conocieron, estos relatos nos inspiran con su legado de honestidad, trabajo y lucha por la justicia en Colombia.

Abel Bolaños

Dora Ortíz

Henry Solano

Hermanos Julio

Hermanos Terán

Ismenia Morales Matos

Jaider Rivera Acuña

José Kelsi

Juan Bautista Charris Pazos

María Encarnación Badillo

Miguel Anchila

Miguel Segundo Manga

HISTORIAS DE VIDA Y RESISTENCIA

Los logros de AUCREFRAN (Asociación de Usuarios Campesinos Retornados a las Franciscas I y II), que ha representado a más de cincuenta familias, han sido posibles gracias a su persistencia y valentía. Muchos miembros no alcanzaron a ver el día en que los largos años de trabajo de la Asociación rendían fruto. Quienes regresan a sus tierras han querido rendir homenaje a varios compañeros y compañeras que se quedaron por el camino de regreso a las Franciscas. Los siguientes perfiles biográficos corresponden a quince personas, cada una con formas distintas de ser y de pensar, a quienes les unió la amistad, el amor por la tierra, el orgullo de ser campesinos y el sueño de recuperar sus parcelas. Recordar sus orígenes, sus anécdotas y sus expresiones de tristeza y alegría fortalece a la Asociación y les llena de fuerza para seguir su ejemplo. A quienes no los conocieron, estos relatos nos inspiran con su legado de honestidad, trabajo y lucha por la justicia en Colombia.

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María Encarnación

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