JAIDER RIVERA ACUÑA
JAIDER RIVERA ACUÑA
Para Astrid, Adelaida, María José y Zuli.
Hijas, esta carta se las escribo desde la que será su casa, para que cuando vengamos a vivir aquí de nuevo, ustedes recuerden lo importante que es para esta familia volver a estar en estas tierras y todo lo que ha pasado en ellas. Hoy, meses después de que finalmente rindieron frutos tantos años de pelea y sacrificio, y nos regresaron nuestro pedacito de tierra en Las Franciscas, estuve pensando en que ninguna de ustedes conoce en persona a Jaider, sí, su hermano mayor. Hablar de quién no está nunca es fácil, pero sí quiero que lo tengamos presente y que ustedes conozcan un poco más de él. Para poder hacerlo y contarles sobre lo que hacía, las rabias que me sacaba, el arroz con coco que siempre me pedía, debo empezar por el principio.
Eso fue hace tanto tiempo que del año ya no me acuerdo, pero lo que sí tengo presente es que yo a Las Franciscas llegué cuando Luis ya se había organizado aquí. Estaba trabajando con todos los compañeros y, después, cuando ya él sembraba y recibía del cultivo, yo me vine a vivir aquí. Llegamos a La Francisca número dos, en esa época nosotros teníamos como tres hectáreas. Eso quedaba al lado de la casa de Mañe y Petra, aquí también vivió Luisa, la vecina, pero ella se fue tiempo antes que nosotros. Con ellos nos acompañábamos y ayudábamos mucho. Estar aquí era bonito, en esa época teníamos sembrado de todo: ají, yuca, plátano, guineo, o sea, de todo. Ahora que lo pienso sí que ha cambiado la tierra, el paisaje ya no es el mismo, aunque pareciera que estuvimos poco tiempo, nosotros alcanzamos a vivir aquí un buen rato.
Yo me vine y me puse a trabajar aquí. Así como los compañeros, yo trabajaba en el campo, yo iba al riego, cocinaba, hacía el mismo trabajo que todos. Antes de llegar vivía en Fundación con mamá Adela y allá yo ya tenía a Jaider: él nació unos años antes que Luis Eduardo, o sea, antes de 1993. En este momento no me acuerdo bien, pero esperen que llegue a la casa, reviso el registro civil y les cuento cuándo fue que nació su hermano.
A Jaider lo dejé pelao [13] con mi mamá, ella estaba muy apegada a él. Me acuerdo que una vez le dije: –no, yo me lo traigo para acá, para estar juntos, para yo criarlo, y ella me dijo que no, que ese era su hijo. Ella lo consentía mucho porque era el primer nieto, o sea, ella cuidaba a los dos varoncitos, los mimaba mucho, pero mamá Adela siempre estaba más pendiente de él.
[13] Pelao: persona joven o menor de edad.
A su hermano, como a ustedes, yo le repetía: –oye Jaider, uno en la vida tiene que estudiar para ser alguien, porque el estudio es muy importante. Él estaba haciendo quinto de primaria allá en Fundación en 1996, estaba estudiando, pero casi no le gustaba. Lo que le gustaba a ese pelao era el deporte, solo hablaba de fútbol, cada ratico andaba jugando en la calle con toda la peladera esa. –¿Que dónde está el balón mami? –¡Puros vagos! –Le decía yo–. Me da risa pensar que, cuando yo le decía eso, él apenas me respondía todo bravo: –yo estoy muy joven para andar, ¿cómo es qué es?, trabajando, ¡yo no soy ningún vago, yo voy a trabajar!
Cuando iba a visitarlo le decía a su abuela: –póngalo a estudiar, póngalo a estudiar porque cuando vaya a ver anda con malas juntas, y ¿de esas malas juntas qué pasa?, ¿ah? Pero que va, ella no le decía nada y se ponía a jugarle, entonces yo decía: –ah bueno, entonces yo no digo nada. Uno no podía regañarlo ni nada, porque ella me decía: –ay, si tú nada más vienes de vez en cuando, y vienes a estar regañándolo, y que no sé qué. Es por eso que siempre me acuerdo de él cuando escucho ese disco de Diomedes que dice:
Ese muchacho que yo quiero tanto
ese que yo regaño a cada rato
me hizo acordar ayer,
que así era yo también cuando muchacho
que sólo me aquietaban dos pengazos
del viejo Rafael
Ese pelao sí que me sacaba rabias. Pero también me acuerdo que cuando venía a visitarme él ayudaba a limpiar el monte con Luis. Se ponían a limpiar los dos peladitos, pero luego de eso ellos siempre terminaban jugando futbol y luego me decían: –mamá, hágame un arroz con coco, póngale plátano, pero no mucho, échele más arroz. A él le gustaba mucho el arroz con coco, yo por eso, cada vez que veo ese arroz, me acuerdo de él. A ustedes también les gusta ese arroz, ¿no? Yo creo que eso es de familia, ese gusto se lleva en la sangre.
Jaider era un muchacho de poco hablar, pero sí le gustaba andar con sus compañeros, le gustaba reírse mucho, ellos la pasaban jugando futbol. Él era buen arquero: a la casa siempre lo iban a buscar para jugar. Ahora que lo pienso, por eso era que siempre andaba en bermudas, yo le decía: –tú no tienes más ropa que ponerte sino es puras bermudas –y él apenas me respondía–, –ay, sí mami, a mí me gustan andar en bermudas.
Pensar en el día que su hermano se perdió no es fácil, por eso es que yo casi no hablo del tema. Siempre se me arma un nudo en el pecho que no me deja hablar. Ustedes saben que aquí la guerra siempre ha estado presente, tanto que uno pareciera estar acostumbrado, pero eso no es cierto. Para esa época, en todo el Magdalena se sabía que a los parceleros los estaban sacando, uno sabía quiénes eran, pero se tenía miedo de hablar.
Yo me acuerdo que vi a unos muchachos que pasaron un día antes de la desaparición. Yo estaba lavando con Petra y le dije: –Petra ven acá, esos “manes” pasan y miran para acá, párale bolas, tú mira disimuladamente y te das cuenta que ellos están mirando para acá, yo me voy a mudar de aquí. A mí se me metió una cosa fea en el pecho y dije: –Petra te voy a dejar sola porque me voy a mudar.
Al otro día de eso su hermano llegó, me acuerdo que vino a buscar una plata y a llevar bastimento pa’ la casa. Usualmente duraba un día, dos días y luego se iba. Yo ese día tenía riego. –Anda, quédate aquí que voy a preparar el desayuno –le dije–. Cuando yo venía para acá fue cuando hubo el problema del tiroteo ese. Con miedo salimos corriendo con Luis que estaba más pequeño, yo dije: –de pronto él se puede esconder. Todo fue confuso ese día, todo fue extraño…
Yo recuerdo mucho a mi hijo, todavía lo tengo en la mente. Para mí su hermano no está muerto. Yo pienso que algún día va a venir, porque así son los pelaos, a veces salen a caminar, de pronto se asustó o alguna cosa así fue lo que pasó y por eso él se fue. Hijas, yo no sé si les he contado, pero yo a su hermano lo veo en muchas partes. Yo iba de aquí para Ciénaga en un carro y yo lo vi. Me bajé y yo vi un pelao, un pelao igualito a él, yo dije: –ay, por detrás se parece al hijo mío. Así, grueso, moreno el pelao y pelo indio, pero no, no era. Yo hice la denuncia de la desaparición en Santa Marta hace rato. ¿Ustedes se acuerdan que en algunos diciembres he estado en Fundación? Yo lo he estado buscando allá, y le digo a amigos y a los pelaos de por allá: –que, si no lo han visto, que me cuenten si está preso o algo así, pero no me dan razón de él.
Ustedes han visto que en la casa no tenemos fotos de Jaider, yo fotos de él no tengo, o sea, mi mamá sí tenía pero, ajá, esas se las llevó el río en una crecida. Allá en Fundación vivíamos cerca del río y cuando se mete se lleva todo. Y por eso es que yo no tengo fotos de él, yo quisiera tener fotos de él para ponerlo en grande y que todo el mundo cuando entre a la sala lo vea, pero nada.
Pero yo sí me acuerdo de él, de su cara. ¿Quieren saber cómo hago para que no se me olvide? Me miro en el espejo y recuerdo que él se parecía mucho a mí, mirarme en el espejo es recordarlo. Todo el mundo dice que se parece es a mí, del papá no sacó es nada. ¡Las patillas!, eso era lo único, era patilludo como el papá, de resto es como yo, tenía el pelo indio, siempre cortico, así con ese corte militar que dicen. Él es más altico que yo, uno setenta creo, era más bien gruesito. Le decían El Porrón porque era gordito, porroncito, además, como el papá hacia materas, entonces por eso también le decían así, todo el mundo lo conoce por ese apodo.
Así es que yo recuerdo a su hermano, alegre, con ganas de hacer cosas, de seguir jugando y, quien quita, jugar fútbol profesional. Yo solo espero que la próxima vez que lo vea no solo sea en mi rostro reflejado en el espejo, sino que llegue, me lo encuentre y le podamos dar un abrazo.
Su mamá, Cristina.