ISMENIA MORALES MATOS
ISMENIA MORALES MATOS
Una vez fueron a buscarla a la medianoche. El afán era que Fanny ya iba a tener el niño y un doctor a esas horas no se consigue. Llamaron entonces a su puerta y despertaron a todos. –Necesitamos a la seño. Es por Fanny –dijeron–. Ella alcanzó a escuchar y se alistó de inmediato. Salió y allá se fueron, sin ningún aparato ni nada, a ver cómo le hacían con esa urgencia. Al otro día, alguien ya le había avisado al médico, que llegó prontico y comenzó a examinar al niño. –Gracias a Dios que la ayudaron —dijo— porque, si no, se habría muerto. Ella también sabía de eso. Que yo sepa, ella recibió a cuatro niños de la comunidad.
Pero no se vaya a confundir. La señora Ismenia no es que fuera también la partera, sino que ella era así, le gustaba ayudar y ser servicial. Si usted llegaba, le conociera o no, no se iba sin que le ofreciera un plato de comida; si no tenía a dónde ir, le armaba un espacio cómodo para que se quedara; si había algún enfermo, hasta allá se iba a cuidarlo. Así era con todos. ¿Usted conoce a la señora Carmen, la esposa de Manuel Jiménez? Le puede preguntar a ella cómo era, si no me cree. Mire que, a veces, la seño Ismenia conseguía un buen pescado y se le ocurría invitar a almorzar en su casa a César Raúl, el hijo de Carmen. Al muchacho le gustaba mucho, pero su problema era cuando le daba por ser exigente. Una vez le cocinó el pescado guisao, con su buena yuca y guineo. ¡Y ajá! A él no le gustaba así. ¡Le gustaba frito! Ahí se le iba el grito al pelao: –¡Ismenia, está sin fritar! ¡Tome su pescado y deme huevo! Y ahí mismito ella se ponía a hacerle los huevos. –¡Ay, no! Qué pena, Dios mío, señora Ismenia –decía la señora Carmen–. Pero usted sí es pendeja. ¿Invita a ese pelao a almorzar para que le venga con groserías? Al final se reían. Pregunte y verá, que ella quería mucho a ese pelao.
Nos acordamos mucho de ella, fíjese. Cuando la gente se comenzó a mudar para acá, algunos llegaban enfermitos, con el afán de comenzar a armar su casa, ¿pero así cómo? No sé si le han dicho, pero muchos de estos ranchos que usted ve fueron levantados con ayuda de la señora Ismenia. Ella y don Juan. La señora cargaba agua, batía la tierra, sacaba las bolas de barro con su mano y, ¡zas!, las iba pegando y armando las paredes. Estas casas tienen ese barro. Su barro.
En una ocasión quiso hacer un buen sancocho para sus hijos y decidieron salir cerca a pescar. Por acá hay un árbol, la ceiba, que cuando usted lo pica le brota una leche. Esa la recogemos en una vasija y se le echamos al agua para que el pez se trabe, para que le dañe la vista. La señora Ismenia alistó el machete y se adelantó a todos para buscar el árbol. Se metió al monte y empezó a picar sola, pero olvidó protegerse los ojos. Uno debe ponerse lentes para que no se le pringuen los ojos, si no, le arderá mucho. Imagínese. Antes de salir le gritaba a una de sus hijas que estaba embarazada: –no vayas a coger esa mata, no la vayas a coger. La tenía asustada con tanta advertencia. Cuando la encontraron, no podía ver. Don Juan tuvo que cargarla hasta su casa y allí le dijeron que tenía que descansar. Duró como tres días ciega.
En 2014 murió. A la violencia, a la que tanto se le escapó, le quitó a su quinto hijo, Abel, y con eso no pudo. Su muerte la obligó irse a vivir a Urabá con don Juan, pero solo aguantaron un año y decidieron volver. Vinieron también los problemas físicos con sus riñones y la retención de líquidos. Desde joven le gustó fumar, y ya adulta lo hacía a escondidas, los pulmones entonces empezaron a fallar y vivía ahogándose. Por más que dio la pelea, la seño Imenia se fue. Tenía 74 años. Quisimos despedirla, pero usted sabe, eso es más de la familia. Se encargaron de acompañarla don Juan y sus hijos Javier, Leonarda, Ángela y Faidey. Que Dios la bendiga, porque se entregó siempre para darnos a todos mejor vida.