Como la parcela que tenía en Las Franciscas no tenía agua, Segundo Manga dispuso recipientes amarillos de cuatro litros, que acomodó a los árboles de mango y limón, para facilitar su reguío. Dos veces al día, por la mañana y por la tarde, Miguel Segundo Manga Medina y su sobrino Milton, llegaban con cuatro canecas de agua para llenar con una taza esos tanquecitos. El recursivo sistema de riego fue conocido como los “motores de Segundo”, y atrajo la atención de los niños vecinos para jugar. –¿Dónde me echaron los motores estos pelaos?, –se preguntaba el preocupado dueño al llegar.

El tío Segundo se pasaba todos los días, contando a veces algunos domingos, en las labores de la tierra. No tuvo hijos ni se casó nunca, y frenaba en seco a los preguntones diciéndoles que no tenía mujer –porque yo la compro libriá. Miembro de una familia de Orihueca, tuvo seis o siete hermanos por parte de padre y solo un hermano de la misma madre, con quien se sintió más unido. Juntos mantenían la casa materna. Luego de que ella muriera, Segundo vivió solo, y frecuentaba la casa de sus sobrinos, hijos de su hermano más cercano. Milton fue el único hijo varón de su hermano, y quien creció más apegado al tío en vista de que su padre estaba cada vez más ausente.

Milton nunca superó en estatura a Segundo, que medía un metro con setenta y cuatro y siempre se conservó delgado. Nunca se le vieron canas ni sufrió de ninguna enfermedad importante. Tenía una nariz grande, pocas cejas y bigote ralo. Se le podía reconocer por su ojo entrecerrado y un dedo de su mano siempre estirado. Cuando estaba joven se lo cortó, el tendón quedó extendido y, al hablar, su dedo sobresalía. Una vecina le mamaba gallo: –pero quítame ese dedo, deja de estarme señalando.

A Orihueca solo llegaba a dormir y se la pasaba con la familia de Milton toda la semana. Por no tener agua en la parcela, Segundo pasó muchos trabajos, que aumentaban en tiempos de sequía. Con la colaboración de su hermano y su familia, la constancia de Segundo pudo superar las adversidades y en su tierra llegó a sembrar papaya, yuca, maíz, limón y guayaba. Más adelante también tendría aguacate y guineo.

Segundo estuvo desde el primer ingreso a Las Franciscas en el año 1987, repitiendo también en 1996. Milton creció acompañando a su tío, trabajando juntos en su parcela. Cuando llegaban, el primer trabajo de Segundo era afilarle el machete. Como no aprendía a hacerlo, Milton se llevaba un regaño de su tío. Le cogía el machete, y cuando estaba listo, se lo entregaba diciéndole: –ahora tú, porque pa’ ganar plata tirando machete tengo que trabajar contigo para afilarte los machetes. El maestro de la jornada, que prefería afilar las cosas por su cuenta, nunca logró que su sobrino aprendiera.

Al llegar a la casa, a Segundo le gustaba prender su radio. A pesar de que todo el mundo seguía a los equipos locales como el Junior de Barranquilla o el Unión Magdalena, él prefería el Deportivo Cali. Le gustaba escuchar los partidos de su equipo o los de la Selección Colombia, así como las peleas del Happy Lora. En especial, disfrutaba con los comentarios del locutor deportivo Édgar Perea. Nunca se le vio jugando fútbol o practicando algún deporte. Segundo era más de montar en bicicleta para movilizarse. Su gusto por las telenovelas dejó huella en una de sus posesiones más características, una bicicleta que le duró más de veinte años y que él mismo restauraba. Quieta Margarita, su cicla, le servía para visitar a sus amigos, ir a Orihueca o a Gran Vía. También le gustaba mucho caminar. Todo el mundo se conocía en Las Franciscas; muchos eran familiares entre sí, trabajaban juntos, y se acompañaban. Le gustaba ir caminando a las casas de sus amigos. Salía de la carretera y llegaba hasta la última calle, poniendo pereque, mamando gallo. Algunos le daban guineo maduro, que era una de sus comidas favoritas, aunque en la zona era difícil de conseguir porque era para vender.

Al final, llegaba a la casa de sus sobrinos, que le decían que tenía una garganta de hielo por tomarse el tinto caliente de forma veloz. Conocedora de sus largas caminatas, su sobrina Marelvis le recomendó que cambiara su calzado porque era cerrado y le podría causar resbalones cuando llovía. –Que no, sobrina, yo paso por esto. A Segundo le gustaban los atuendos clásicos. Camisas de manga larga, formales, y pantalones largos que prefería arremangar a la altura de la pantorrilla. –Tío, usted no va a pasar agua, bájese los pantalones. Cuando se bañaba en el río, mostraba a sus sobrinos cómo secarse sin usar toalla. A golpecitos quedaba seco. En cuestiones musicales, el tío se deleitaba con la salsa vieja, que prefería bailar solo. También le gustaba el vallenato, y cantarlo, aunque a sus sobrinos no les pareciera que lo hiciera bien. Fumaba, y cuando bebía con sus amigos, Segundo siempre pedía ron o cerveza.

El cariño que le tenía a Milton se trasladó a sus hijos. Fue Segundo quien le enseñó a caminar a Kevin, que no se paraba del suelo a la numerosa edad de cuatro años. Le tomaba de las manos y lo hacía caminar por la tierra caliente, que creía conveniente para soltarle las piernas. Funcionó. Al niño le compraba dulces, fritos o galletas de ajonjolí. Cuando llegaba a casa preguntaba por Kevin, y cuando este aparecía, le dejaba una parte de su desayuno.  –Kevin, aquí tienes un poquito. A Kevin le regaló un rollo grueso de cordel para pescar en el mar que un amigo le había dado. También le regaló anzuelos. Cuando Kevin quiso ir a volar cometa, le trajo una madeja. Segundo también regalaba apodos. Al hijo de Marelvis le llamó Malandrito desde bebé, y se reía. El apodo del tío era Pildore, así, a secas, o en otros tamaños: Pildorito y Pildorazo.

Segundo le fabricaba a Milton las cachas de los machetes y a su hijo Kevin horquetas para cazar pájaros. El joven llegó a vender a trescientos pesos, en 2004, las horquetas a sus compañeros del colegio.

Ajá, ¿y la horqueta que te di la vez pasada?

Por ahí la tengo, regálame otra.

Y Kevin volvía a venderla.

¿Ya la botaste?

Kevin también tiene la imagen de su tío tirando machete, echando veneno, sembrando y limpiando los cultivos y la cerca en la parcela de Las Franciscas. Pero Segundo Manga, el Pildore, tuvo que dejar su terreno en 2004, cuando la comunidad de Las Franciscas se desplazó por la persecución paramilitar. El tío recibió la ayuda de una hermana, la que vivía en Gran Vía, y de su hermano, el padre de Milton. Sobrevivió sacando cortes, y se vinculó a la Asociación de parceleros de Las Franciscas. Al volante de un moto-taxi, Kevin lo llevaba a las reuniones de La Iberia. Estaba pendiente de cada reunión y le contaba a Milton los detalles de cada una, lleno de optimismo y de fe en que volvería a tener posesión de su tierra. Un miembro de la organización lo recuerda puntual en cada reunión y en cada cuota, así como disponible por si tocaba ir a Santa Marta. Su esperanza era mayor que la de su sobrino, a quien el paso del tiempo le comenzó a hacer mella la posibilidad de recuperarla.

Cuando Segundo todavía trabajaba, Milton se fue a buscar mejor vida en Venezuela. Allí solo duró cuatro meses. A su regreso, vio cómo los años le comenzaron a pasar factura a su tío. Había dejado de fumar y le habían operado su ojo, aunque sin mucho éxito porque no pudo recuperar la vista por completo. También se le notaba la debilidad de su mano y comenzaba a sufrir de la descalcificación de sus huesos, que en adelante ya no le permitiría trabajar ni emprender sus largas caminatas. Como Milton tenía que irse lejos a trabajar, su tío terminó prestándole a Quieta Margarita, esperando que se la cuidara. A Milton se le desarmó la bicicleta de lo vieja que estaba. El prestador no olvidaba y le cobraba la cicla. –Ya acabaste la cicla y ahora tienes una moto, y mi bicicleta no me la has pagado –le recriminaba.

A pesar de tener su movilidad reducida, Segundo, quien siempre había creído en Dios, comenzó a asistir al culto de los Testigos de Jehová. También seguía pendiente de la suerte de su tierra. Un año antes de morir, le mostró a Milton una noticia de la finca que apareció en el diario regional. En el reporte del periódico se indicaban los avances de los abogados. Le entregó el papel, pero se lo quitó un mes después, diciéndole –me lo voy a llevar porque tú todo lo dañas.

En septiembre de 2016, Segundo falleció por causas naturales en Gran Vía, cuando ya contaba con más de setenta años y sin haber podido cumplir el sueño de recuperar su parcela. La familia acordó seguir las disposiciones funerarias del culto religioso, por lo que el cuerpo no fue velado. Milton no pudo asistir al funeral porque llegó tarde de trabajar. Solo le habían dicho que se había puesto enfermo. Kevin pudo verlo al final, pero las lágrimas no le permitieron acompañarlo hasta el cementerio.

El dolor que sintió Milton superó al de la propia muerte de su padre, porque con su tío trabajaron juntos, se acompañaron, se tenían gran confianza y Segundo siempre estuvo con él cuando creció, se casó y tuvo su propia familia. Pildore era consciente del riesgo que implicaba ser titular de la tierra, y había alertado a su sobrino. –Milton, cualquier vaina que pase, me van a buscar es a mí, porque yo soy el que aparezco ahí. O sea, que a usted no le pase nada. Usted es un pelao que tiene toda una vida por delante y yo ya estoy viejo; no tengo mujer, no tengo nada, nada más lo tengo a usted que trabajamos. La fe ciega del tío de que la familia Manga volviera a gozar de la posesión de la tierra le permitió disponer de la suerte del inmueble. Dispuso que Milton fuera su heredero junto con otro sobrino, hijo de una tía de Milton, quien tenía más necesidad de trabajar.

Marelvis se queda con los consejos y lecciones de su tío, quien le enseñó a hacer siempre las cosas correctamente. Además del amor por el campo, Segundo era un hombre respetuoso, alegre, honrado y generoso. Milton cuenta: –si a él le gustaba algo que alguien tenía, le pedía; si quería sembrar de algo que el vecino tenía, le decía “oiga, regáleme una semillita”. No se metía a arrancar, ni a cogerle nada, si la persona quería le daba, porque él era así, amigo con todos. Un amigo recuerda la vez que sembró papaya con uno de aquellos que no tienen ni tierra ni trabajo. –Si alguno llegaba y teníamos nosotros algún cultivo que él quería tener, planta de yuca, así, iban allí y pedían y él compartía con ellos y así era lo mismo –termina Milton.

HISTORIAS DE VIDA Y RESISTENCIA

Los logros de AUCREFRAN (Asociación de Usuarios Campesinos Retornados a las Franciscas I y II), que ha representado a más de cincuenta familias, han sido posibles gracias a su persistencia y valentía. Muchos miembros no alcanzaron a ver el día en que los largos años de trabajo de la Asociación rendían fruto. Quienes regresan a sus tierras han querido rendir homenaje a varios compañeros y compañeras que se quedaron por el camino de regreso a las Franciscas. Los siguientes perfiles biográficos corresponden a quince personas, cada una con formas distintas de ser y de pensar, a quienes les unió la amistad, el amor por la tierra, el orgullo de ser campesinos y el sueño de recuperar sus parcelas. Recordar sus orígenes, sus anécdotas y sus expresiones de tristeza y alegría fortalece a la Asociación y les llena de fuerza para seguir su ejemplo. A quienes no los conocieron, estos relatos nos inspiran con su legado de honestidad, trabajo y lucha por la justicia en Colombia.

Abel Bolaños

Dora Ortíz

Henry Solano

Hermanos Julio

Hermanos Terán

Ismenia Morales Matos

Jaider Rivera Acuña

José Kelsi

Juan Bautista Charris Pazos

María Encarnación Badillo

Miguel Anchila

Miguel Segundo Manga

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