JOSÉ KELSI
JOSÉ KELSI
José Kelsi se prendía como un fósforo. Había días en que era mejor no decirle nada. En una reunión no se quedaba callado y no le gustaba que lo contradijeran. Defendía con fuerza su opinión ante la observación de cualquiera. Por su temperamento, entre otras cosas, a José le decían El Loco. Se le podía notar desde lejos con qué genio andaba. En las reuniones de la Asociación de parceleros de Las Franciscas, advertía que no iba a salir de su tierra: –a mí me sacan muerto, pero vivo, ni de vainas. Cuando se ponía a pelear con los vecinos, el Mañe era el único que podía calmarlo. Le ponía la mano en el hombro y le explicaba por qué nadie podía hacer eso, que lo mejor era confiar en el vecino ante cualquier eventualidad si la familia no estaba cerca. Cuando le hablaba así, José agachaba la cabeza y reconocía que el Mañe tenía razón.
José de la Concepción Kelsi Carrero era oriundo de Guacamayal y fue el tercer hijo de una familia de cinco hermanos. Su padre dejó pronto la familia y su madre decidió llevarse a los hijos a Barranquilla, a vivir con un tío. Casi no conoció a la familia de su padre, quien murió hace varios años, y tuvo que trabajar desde niño. En ese tiempo quería ser boxeador, pero la mamá no tenía cómo sostener esa afición. A pesar de eso, él siguió practicando. Quería mucho a su madre y a sus hermanos, en especial a Julia, con la que siempre andaban juntos. Petrona, su esposa, recuerda que cuando consiguieron el préstamo para sembrar banano la tenía presente en su futuro soñado.
–Si me va bien, tengo que comprar dos carritos.
–¿Y para quién es el otro? –preguntó Petrona.
–Para regalárselo a mi hermana. Para ponerle un lazo grande, ponérselo en la puerta y llamarla.
José medía un metro con sesenta y siete centímetros y tenía la piel morena, el pelo crespo, las cejas tupidas, los ojos largos y la boca sencilla, al decir de Petrona. Llevaba bigote y no era ni gordo ni flaco. Llegó a Orihueca de la mano de un tío que abrió una gallera. Kelsi no es un apellido habitual, y la gente creyó que José se llamaba así. Por eso le decían simplemente Kelsi o Conce, que es la abreviación de su segundo nombre. Kelsi trabajaba en la gallera de su tío. El negocio tenía futuro porque los gallos son una diversión arraigada en la región. Había peleas de gallos todos los fines de semana. En ese tiempo a Kelsi le gustaba mucho el juego. Jugaba gallos, dominó, buchácara (billar), y fue haciendo muchos amigos por su amabilidad y porque le gustaba servir a la gente.
Petrona lo conoció en 1984, una vez que fue a acompañar a su hermano a la gallera. Él comenzó a ir a la casa de ella y, poco a poco, se fueron enamorando hasta que se fueron a vivir juntos. Les gustaba salir a pasear a una quebrada cercana a la que iban casi todos los domingos. Él trabajaba en la gallera y cuando no la abría se hacía cargo de los cortes de una finca. También les gustaba ir a las fiestas de Orihueca a bailar. Kelsi bailaba bien. Cuando no salían juntos, él jugaba buchácara con sus amigos y, si se armaba una disputa, no olvidaba lo que había aprendido de boxeo. Era zurdo y podía tumbar a sus rivales, que se imaginaban que vendría por la derecha.
Al año de vivir juntos, la pareja tuvo su primer hijo. En total tuvieron ocho, cuatro hombres y cuatro mujeres. Con una familia tan grande, el deseo de Kelsi era tener una tierra propia para poder brindarles una buena vida. Como otras familias que se mantenían de cuidar y trabajar las parcelas de otros, la de Kelsi y Petrona vivió y trabajó un tiempo en una finca llamada La Virginia. Ya para entonces, él se encontraba buscando hacerse a sus propias tierras, y supo que podría inscribirse en el Incora para ser tenido en cuenta por si salían algunas. Así lo hizo, pero no salió nada. Después de La Virginia, la familia se marchó para San Jacinto, una parcelación ubicada en cercanías de Orihueca. Fue ahí cuando supo de las parcelas de Las Franciscas.
Llegaron cuando se estaba formando el Comité de parceleros en 1987. Estuvo presente en el primer ingreso a Las Franciscas de ese año, cuando las tierras eran de un español y estaban sembradas de patilla y melón. Los parceleros, los nuevos ocupantes, pudieron quedarse ahí cuando él terminó de sacar sus cultivos. Vivían en otros lugares y todos los días iban a trabajar allá. Petrona cuidaba a los hijos en casa, en San Jacinto, mientras su marido se iba en bicicleta a trabajar a Las Franciscas.
Al principio todos trabajaban en conjunto y, después, establecieron los límites para que a cada parcelero le tocara de a tres hectáreas. Para ser parcelero había que dar una cuota para el Comité, que era utilizada para las gestiones ante el Incora y, en general, en Santa Marta. Ese mismo año Toño Riascos se apoderó de las tierras por la fuerza. La gente resistió y resultó un muerto del caos que se formó. Riascos le traspasó la tierra a la compañía Dole, una multinacional frutera, que pasó a ocupar Las Franciscas.
Kelsi siguió trabajando en otras tierras. Después de San Jacinto, se mudaron a El Rubí, que es una finca de palma ubicada en Zona Bananera. Otras fincas en las que trabajó, pero de guineo, fueron La Teresa y La Eufemia, también en este municipio. La Dole permaneció en Las Franciscas hasta el año 1993, pues tuvo que salir por las fuertes tormentas y el mal tiempo.
Después de que la compañía abandonara los predios, los parceleros los vuelven a ocupar en 1996. Con los días, el representante legal de la empresa llegó, los reunió y se presentaron funcionarios de la Fiscalía y la Policía para proceder con un desalojo. Kelsi hizo parte de quienes firmaron el documento en el que los parceleros se comprometían a desocupar las tierras. Pero, cuando las autoridades salieron, los campesinos volvieron a entrar. Kelsi volvió a tomar posesión de su parcela, que quedaba cerca de la empacadora que dejó instalada la multinacional. Siguió trabajando la tierra, yendo y viniendo cada día hasta su casa. Se iba vestido con un pantalón mocho, con el almuerzo preparado por su esposa y un termo lleno de tinto cargado que le encantaba.
Hubo un tiempo en que la actividad organizativa de parceleros se suspendió, pero cuando reanudó sus actividades, varios años más tarde, sus reuniones se realizarían al lado de la parcela de Kelsi. La Asociación todavía tenía pendiente el reconocimiento legal de sus tierras. En las reuniones socializaban, planificaban y discutían las tareas pendientes, como las gestiones en Santa Marta. Haciendo honor a su genio, él participaba activamente en esas discusiones, en donde se notaban diferentes temperamentos. Sin embargo, él siempre sobresalía diciendo las cosas. Su hija lo recuerda como una persona a la que no le gustaba quedarse esperando a que todos hablaran, sino que expresaba su opinión de una vez. Como no tenía pelos en la lengua, a veces otros le decían –Conce, di que esto… Si alguien no estaba de acuerdo con lo que decía, tenía que averiguar por qué no le había gustado. A pesar de que los ánimos se calentaban, al final de las reuniones siempre terminaban de amigos. Dentro de los amigos parceleros de Kelsi la familia recuerda a Lucho el papayero, a Luis Iglesias, Pablo Parejo, Ricardo García, Federico Ayola, Julio Machacón, Ramón Ahumada…
Un hecho que transformó la vida de Kelsi fue su conversión al cristianismo. Comenzó a asistir a la Iglesia cuadrangular, y llevaba a su familia todos los domingos al culto. Esto fue clave para que comenzara a cambiar su fuerte carácter, tanto en la relación con su familia como con sus vecinos. Uno de sus hijos lo recuerda amable, cariñoso y a la vez estricto. Como era el mayor y el más rebelde, su padre no era tan dócil con él. Tuvo problemas con los vecinos porque no le daba permiso para salir. Pero cuando entró a la Iglesia, esto cambió. El trato diario era diferente. Kelsi dejó el gusto por los juegos, las apuestas, y fue remplazando cierto tipo de música que le gustaba, como la romántica que canta Eros Ramazzotti, para preferir la de alabanza. Comenzó a servir a Dios enseñando a los demás, ofreciendo las cosas por gracia, y con la certeza de que Dios cambia la vida de la gente.
No le gustaba tener problemas con sus vecinos por causa de sus hijos. Prefería que los niños jugaran entre ellos, para eso él tenía tantos, decía, y así se evitaría que alguien les fuera a pegar. Él también jugaba con ellos. Al caer la noche los acostaba. Era afectuoso: una de sus hijas recuerda cómo le hacía cosquillas con la barba. Era considerado con los niños vecinos. Siempre que llegaba a su casa traía algo para comer. Y si había otros niños por ahí, traía más pan, por ejemplo.
En las noches, antes que permanecer viendo televisión, Kelsi le comentaba a su familia lo ocurrido en el día. Echaba cuentos, se burlaba de todo el mundo, y conversaban entre todos. A veces ponía música y se bailaba algún vallenato. Alguna vez llegó a imitar a Michael Jackson. Lo que sí le gustaba ver por televisión eran las peleas de boxeadores como Mike Tyson y Miguel Happy Lora, así como los dibujos animados. Se levantaba y los veía con los hijos. La explicación de la familia es que, como había tenido una infancia difícil, aprovechaba ahora para verlos. En vez de haber crecido distante con los temas de la infancia, los disfrutaba y se llevaba bien con los niños.
Kelsi tuvo dos hijas más. Dejó de hablarse con la madre de las niñas antes de conocer a Petrona. La señora hizo vida en Barranquilla y no acudió donde él para los trámites del registro y el bautizo. Entonces les perdió el rastro. Una vez le llegó el falso rumor de que una de estas hijas había muerto. Y él, aunque no era de mostrar sus sentimientos, se lamentó mucho.
En 2002 la familia pudo irse a vivir a la parcela de Las Franciscas, al lado de la empacadora o Vacadilla. Petrona se quedaba en casa cocinando, los niños más grandes iban a estudiar y Kelsi trabajaba. Salía en la mañana, llegaba a almorzar a mediodía, y compartía con sus vecinos la alegría de pensar en que la cosecha estuviera rápido porque era grande. Unos hasta exportaban guineo y guayaba criolla. En la parcela de Kelsi había diversidad. Tenía dos cabuyas de palma, una cabuya de limón y también yuca, ají, guayaba, mango, papaya y plátano popocho. Cuando lo sacaban, un bulto de ají podía costar setenta y cinco u ochenta mil pesos. –Pa’ qué, siempre le hacíamos platica a eso –recuerda Petrona. En la vía a Santa Rosalía queda un comercio de frutas y ahí podían vender el plátano, la papaya y la guayaba.
Una profesora iba hasta Las Franciscas a darle clase a los más pequeños. Pero para hacer el bachillerato, los jovencitos tenían que ir hasta Orihueca. El camino hasta el colegio era duro, como recuerda una de las hijas de Kelsi. Era muy difícil cuando llovía, porque el camino se encharcaba y no podía llegar con las medias blancas del uniforme. Se iba en bicicleta sola y recorría las trochas hasta llegar a la vía pavimentada. Ella confiesa que pasó varios peligros, como la de aquella vez que echaron un muerto en la vía, por los lados del motor de la finca La Olga, y le dijeron que se regresara. Le contó a su papá y ese día no fue al colegio. Otro día sus padres tampoco la dejaron ir, porque se formó una balacera en Santa Rosalía. Otra vez se vio impedida cuando le pusieron una bomba al tren y este cayó a la vía.
Debido a las dificultades, los padres decidieron que la hija se quedara mejor a vivir con sus tíos en Orihueca y los fines de semana se fuera para Las Franciscas. No todos los hijos siguieron estudiando. Kelsi decía que –el que quiera, que estudie; el que no, que no estudie, y hubo algunos hijos que se dedicaron a la parcela. Cuando llegaba el fin de semana, esta joven se iba para Las Franciscas a ayudarlos a recoger el ají. Le gustaba llegar y montar en la burra, tumbar mangos, comer pomelos… La vida era tranquila en la parcela. Además de los roces con los vecinos, en especial por los niños, no había ninguna bulla.
Una de las cosas que Kelsi aprovechó de su vida allí fue la caza de animales. Él comía de todo y le gustaba cocinar. Cazaba conejos, armadillos… No le gustaba que cazaran por deporte, por diversión, sino solo para obtener el alimento. Enseñó a sus hijos a no matar a los pajaritos. Una vez regañó a sus hijos por derribarlos con una honda. –¿Ah, no se lo van a comer? Lo pelan, lo asan, lo fritan y se lo comen. Tampoco le gustaba que tuvieran pajaritos encerrados. Él soltó uno que había atrapado un hijo suyo. –¿A ustedes les gustaría que lo cogieran preso?
Otros platos que a Kelsi le gustaba comer eran la tortuga hicotea guisada con coco que compraba y preparaba en Semana Santa, y también el pescado frito y el sancocho. Usualmente cocinaba para ocasiones especiales. Pero también cuando apremiaba la necesidad: una vez hizo una sopa de queso que se inventó con lo que había en la parcela, y que su familia todavía recuerda por lo extraña. –La sopa con hambre estuvo buena. Kelsi estaba muy pendiente de su mujer y le demostraba su amor con la comida. El día en que Petrona cumplía años, le preparaba una comida especial, la consentía con un jugo y un pan borracho que eran del gusto de ella. Cuando el matrimonio era joven y lidiaban con los primeros hijos, él le llevaba salchipapas cuando llegaba a medianoche de la gallera. –Cómetelas –le decía– porque se levantan los pelaos y no te dejan comer nada.
Cuando Petrona notaba que su esposo estaba con rabia, no le hablaba. Él se tomaba su tinto y se quedaban en silencio. Ella ya lo conocía. Esperaba a que se le pasara y, cuando eso ocurría, él comenzaba a hablarle, a besarla, a abrazarla. Cuidaba tanto a sus hijos que cuando los niños eran pequeños la regañaba porque se caía alguno, y no entendía que ella estaba muy ocupada con tantos hijos y quehaceres. Kelsi era atento a los detalles. Cuando iba a salir le gustaba arreglarse muy bien hasta que quedaba satisfecho. La madrugada en que uno de los niños menores iba a nacer, Petrona apuró a su marido, porque tenían que ir a Sevilla en bicicleta. –Conce, apúrate. Petrona ya tenía todo listo. –Conce, apúrate. Kelsi se vistió con paciencia. Se amarró sus botas que parecían de policía, cogió un espejo y se peinó con esmero. También había que peinarse el bigote. Una hija recuerda la cara de su madre. –Ay, Conce, ¿tú que tanto te arreglas?
Al tiempo que la familia Kelsi creció en la parcela, la lucha colectiva por obtener las escrituras continuaba. Algunas veces él regresaba pesimista de las reuniones con los parceleros. Los asesinatos y las amenazas hacían que la gente no reclamara, que las reuniones se suspendieran, que dejaran de insistir en Santa Marta. La gente comenzó a salir de las parcelas vecinas. La situación preocupaba al matrimonio. Por las noches, Kelsi se quedaba pensando en voz alta. Le decía a Petrona:
–Si no llega a sobresalir esto, con tanta demora que hay, que están matando, que están sacando gente. Si tú te quedas sola…
–¿Cómo que me voy a quedar sola?, ¿tú me piensas dejar sola con todo este poco de pelaos?
–Sigue pa’lante, consigue un marido que te quite a ti y a tus hijos, tú verás si consigues un marido que te quite…, pero tú sigue pa’lante, con tus hijos, cuida a mis hijos.
El 14 de marzo de 2004 Kelsi fue asesinado cuando estaba avisándole a sus vecinos que tenían que salir en 72 horas. Una semana antes, hombres armados les habían advertido que debían salir de las tierras. La comunidad pidió un plazo para tomar todo y salir. A Kelsi le mintieron con esa prórroga adicional. La comunidad de parceleros de Las Franciscas salió ese mismo día.
Petrona encontró en Dios la fuerza y la voluntad para salir adelante. Los hermanos mayores tuvieron que ayudar a ver a los menores. La más pequeña quedó de meses de nacida. La familia sigue junta. Unos hijos están en el Ejército, otros están estudiando, pero siguen unidos. Inclusive contactaron por redes sociales a las hijas mayores de Kelsi. Cuando vienen todos, recuerdan las historias que pasaban en Las Franciscas y se echan a reír; se sientan en la puerta, cuentan chistes y siguen recordando a Kelsi hasta acostarse tarde.
Un compañero de la Asociación de parceleros recuerda de él su espíritu de lucha, de defensa de la tierra. Otro recuerda sus advertencias de que no saldría vivo de sus tierras. Si la organización sigue adelante fue porque no desfallecieron, a pesar de las amenazas y las pérdidas. Y ese valor fue sembrado por los compañeros ausentes, como Kelsi, que siempre estaban ahí, –poniéndole el pecho a la brisa. Un expresidente de la organización sabe que sin ese arrojo y respaldo no hubiese podido ejercer el liderazgo que le encomendaron.
Kelsi era transparente. Le disgustaban los embustes, los engaños, la falta de honestidad y la injusticia. Decía qué le gustaba y qué no. Y ayudaba a los demás cuando era necesario. Sus hijos valoran su formación en el evangelio. Aunque no se demuestre enseguida, dice el mayor, con el tiempo se valora lo que enseñan los padres. Y ese fue el tesoro que guarda del suyo. Una de sus hijas agradece que gracias a esos principios cristianos pudo tomar decisiones acertadas, como inclinarse a cuidar a su familia y seguir estudiando, para poder tener algo que brindarle a su hija. Hoy en día juntas leen la Biblia, recordando lo que su padre le enseñaba. Si los hijos de Kelsi hoy en día no se dan la espalda, es gracias a la presencia de Dios en sus vidas que comenzó con su padre.
Ahora que les devolvieron la parcela, Petrona quiere cultivar guineo. La familia está pendiente de qué proyecto sale, aunque algunos de sus hijos no se vean ahora como campesinos. De las tres hectáreas, dos tendrían guineo y la otra sería para el pancoger. Le gustaría tener yuca, plátano y limón. –Yo pienso que uno como campesino a sus tierras tiene que meterle de todo un poquito. Porque si yo tengo tierras y voy a comprar el plátano, voy a comprar la yuca, entonces qué estoy haciendo, pa’ qué tengo las tierras. Todo lo que siembre, todo nace y todo recoge, con el favor de Dios.