–En la vida hay que bregar para tener su hogar, una casa propia, darles estudio a los hijos, una buena alimentación, y nunca tener problemas con los vecinos, por si cualquier cosa sucede ahí están para ayudarlo. Eso era lo que les repetía Miguel Anchila una y otra vez a sus hijos, a sus nietos y a todos los jóvenes que conocía, recuerda Rosmine. Miguel fue un campesino de piel morena, tostada por el sol, de estatura mediana, cabello castaño y ojos negros. Le gustaba siempre estar bien vestido, usar sus camisas de manga larga por dentro del pantalón, con botas. Muy elegante, según sus conocidos, buen mozo a los ojos de muchas mujeres. Como con gracia, recuerda su hijo Miguel a quienes en varias ocasiones le dijeron: –su papá es muy apuesto, su papá ha sido muy simpático, en cambio vean al hijo…

Miguel, tío Miguel, Campe, así le decían a Miguel Anchila en Orihueca, sobre todo Campe, de campesino, porque cuando pelao le gustó pasar mucho tiempo trabajando en el monte. Nació en Islas del Rosario, Ciénaga. Fue el mayor de siete hermanos, cuatro hombres y tres mujeres, hijos de Benigna Suárez y Francisco Anchila. Desde muy joven salió de su casa y emprendió un camino que lo llevaría a conocer varios lugares de Colombia. Recorrió parte del centro del país, vivió en el Quindío, Risaralda y en el viejo Caldas, por allá trabajó recogiendo café, hasta en Medellín estuvo. Iba y venía todo el tiempo a visitar su familia, así se mantuvo durante largo tiempo hasta que conoció a Aurelis, su primera esposa, con ella vivió un tiempo y tuvo a sus dos hijos: Marelvis y Miguel. Tiempo después, Miguel siguió con sus correrías por su trabajo como jornalero, pero esta vez ya fue más cerca de su hogar, ahí en Chibolo, Magdalena, recogiendo algodón.

Al estar más cerca visitaba más seguido a sus hijos, quienes desde pequeños fueron a vivir con la abuela Benigna y su esposo Daniel. Cuando Miguel los visitaba siempre trataba de llevarles un detalle, su hijo recuerda que la pasaban muy bien, que jugaba al fútbol con él. El gusto por este deporte se mantuvo a lo largo del tiempo. Rosmine, su segunda esposa, menciona que él lo disfrutaba mucho, no era hincha de ningún equipo, pero siempre veía los partidos, le gustaban todos. Entre risas Rosmine cuenta: –cuando joven debió jugar futbol, pero como yo lo conocí siendo ya viejo, qué iba a jugar, ya ni correr podía

Miguel fue un buen padre según sus dos hijos, no era un papá regañón, estaba pendiente de lo que ellos necesitaban, así mismo fue con sus nietos: –tome estos cincuenta mil para que le compre un pantalón, –decía de vez en cuando–. Fue cercano a los nietos que alcanzó a conocer, pero prefería que le dijeran tío Miguel y no abuelo, porque lo hacían sentir viejo. Por su trabajo estaba mucho tiempo por fuera, pero cuando podía pasaba tiempo con Marelvis y Miguel. Una vez me llevó a una fiesta y yo me quede sentado. –¿Aja, y entonces, por qué tu no bailas?, –me dijo–. –Porque esa muchachita que esta allá ni siquiera me da chance de hablarle, –le respondí­–. –Ay, pero ve y dile o, ¿cómo va venir a bailar contigo?, ¿tiene que adivinar? Él bromeaba con todo el mundo, siempre tenía una sonrisa en su rostro.

Cada vez que habían visitas en su casa Miguel mandaba a hacer sancocho de pescado. Siempre que le preguntaban qué quería comer él respondía: –pescado. Comía pescado curí al desayuno, pescado guisado con guineo al almuerzo, y en la comida de la tarde le gustaba arroz con tajadas, verdura y si se podía… pescado de nuevo. Siempre le gustó comer bien y le repetía a sus hijos todo el tiempo: –hay que alimentarse bien, porque eso es lo que lo sostiene a uno, si uno come mal no dura nada, ahí es cuando vienen las enfermedades.

Por la época en que estuvo en Chibolo, Miguel trabajó con su hermano Jacinto en unas tierras recuperadas que le habían dado a este a través del Incora, ahí en la vereda de Bejuco Prieto. Allá estuvieron un tiempo, pero la violencia y los armados que azotaban el Magdalena a mediados de los años noventa hicieron que tuvieran que salir de allá, así que se radicó nuevamente en Orihueca.

Cuando volvió a Zona Bananera fue cuando se conoció con Rosmine, ella tenía 48 años, él también ya era –todo un señor, –cuenta ella–. Se hicieron amigos cuando Miguel visitaba a Benigna y a un hermano suyo en el mismo barrio en que ella vivía: –nos conocimos aquí en Orihueca, nos enamoramos, me comprometí con él y nos fuimos a vivir juntos. Para Rosmine su esposo siempre fue un hombre de buen humor. Iba para el monte sonriendo, llegaba a la casa sonriendo, cuando estaba con sus amigos hacía chistes y se reía todo el tiempo.

Ya en Orihueca, su hermano Jacinto le habló de unas tierras en las que estaba sembrando: Las Franciscas. Estas eran unas fincas que habían sido recuperadas por campesinos de la región desde hacía más de diez años, pero a las que habían regresado en 1996, después de haber sido desplazados por grupos armados. En el lote de su hermano, Miguel sembró unos palos de yuca y unas matas de maíz. El 7 de septiembre de 2001 asesinaron a los hermanos Terán, eso fue muy duro para la comunidad, pero en esas el suegro de ellos le dijo a Miguel que se metiera a trabajar en las tierras de su difunto yerno, con el acuerdo de que si se quedaba y sembraba le daba una hectárea y media. Así lo hicieron durante un tiempo, Miguel sembró yuca, papaya, guayaba, plátano y ají.

Él seguía viviendo en Orihueca, pero todas las mañanas arrancaba en su bicicleta y se iba a Las Franciscas, en la número dos que era en la que tenía su pedacito de tierra. Llevaba su almuerzo y se estaba hasta por la tarde. Una vez su tierra empezó a producir, Miguel se retiró de la finca en la que trabajaba. Ya con Rosmine vivían de lo que sacaban de la tierra y de lo que se lograba vender. Sus vecinas en Las Franciscas eran Elizabeth, Ángela y Matilde, las esposas de los hermanos Terán. Por allá todo el mundo era cercano, la gente se reunía en la Vacadilla, ahí en la empacadora. Se reunían sobre todo para conversar y para ver qué se podía hacer con los problemas que se presentaban en el día a día. En estas reuniones Miguel se hizo cercano de Abel Bolaños, Carmen Díaz y varias personas más que lo acompañarían en su vida.

Para el 2004 las amenazas se agudizaron y fue cuando en marzo asesinaron a José Kelsi. Eso marcó y provocó la salida de mucha gente en Las Franciscas. Algunos volvían a trabajar con miedo, entre esos estaba Miguel. Muy temprano se montaba en su bicicleta y se iba a trabajar. Cuando llegaba la escondía en un botadero y trabajaba con muchos nervios. Le dijo a Rosmine que era mejor que solo fuera él. Ella ya no volvió allá sino muchos años después. Por esa época fue que Miguel empezó a enfermarse. –Se le recogieron los nervios en una pierna y él ya no pudo caminar bien, –recuerda Rosmine–. Ya en 2005, cuando asesinaron a Abel Bolaños, nadie volvió a las parcelas. Miguel buscó trabajo haciendo cortes en fincas de la zona, pero se seguía enfermando, el estrés lo tenía fregado y la situación no mejoró. Siguieron las amenazas, empezó a circular un papel con una calavera pintada en el que les daban 24 horas para irse a Miguel, a Luis y otra persona más.

Durante seis meses vivieron con Aura, su hermana en Santa Marta, pero el no poder trabajar y estar alejado de su tierra, hizo que tomara la decisión junto a Rosmine de regresar a Orihueca. A su regreso Miguel siguió enfermando hasta que ya no pudo caminar más, pasó dos años en cama. Durante este tiempo los amigos de la vida y aquellos que consiguió en la Asociación estuvieron siempre pendientes de él, iban a visitarlo y lo ayudaban desde sus posibilidades. La enseñanza que le transmitió a sus hijos y nietos se hizo realidad: el haber sido buen vecino, buen amigo, hizo que no estuviera solo. Miguel recibía visitas a menudo y, pese a no poder caminar, siempre mantuvo el buen ánimo, los chistes y la sonrisa para quien iba a verlo a su casa.

Miguel murió el 4 de marzo de 2012 y, desde la tarde anterior a ese día, él estuvo cantando rancheras, esas que tanto le gustaban. Así pasó la noche y parte de la mañana cuando falleció, acompañado por Rosmine quien no se apartó de su lado ni un minuto, tal y como lo había hecho durante los últimos 18 años que estuvieron juntos.

Honrando el legado de Miguel, Rosmine y sus hijos Marelvis y Miguel hicieron parte del proceso de restitución de tierras con el anhelo de construir ese rancho con el que soñaron junto a su papá, para volver a trabajar la tierra. –Queremos sembrar guineo porque yo soy de aquí de la Zona Bananera, ese es mi trabajo y eso es lo que yo voy a hacer allá, sembrarle, estar pendiente y hacer lo que a Miguel le hubiera gustado que hiciéramos, –recuerda su hijo.

HISTORIAS DE VIDA Y RESISTENCIA

Los logros de AUCREFRAN (Asociación de Usuarios Campesinos Retornados a las Franciscas I y II), que ha representado a más de cincuenta familias, han sido posibles gracias a su persistencia y valentía. Muchos miembros no alcanzaron a ver el día en que los largos años de trabajo de la Asociación rendían fruto. Quienes regresan a sus tierras han querido rendir homenaje a varios compañeros y compañeras que se quedaron por el camino de regreso a las Franciscas. Los siguientes perfiles biográficos corresponden a quince personas, cada una con formas distintas de ser y de pensar, a quienes les unió la amistad, el amor por la tierra, el orgullo de ser campesinos y el sueño de recuperar sus parcelas. Recordar sus orígenes, sus anécdotas y sus expresiones de tristeza y alegría fortalece a la Asociación y les llena de fuerza para seguir su ejemplo. A quienes no los conocieron, estos relatos nos inspiran con su legado de honestidad, trabajo y lucha por la justicia en Colombia.

Abel Bolaños

Dora Ortíz

Henry Solano

Hermanos Julio

Hermanos Terán

Ismenia Morales Matos

Jaider Rivera Acuña

José Kelsi

Juan Bautista Charris Pazos

María Encarnación Badillo

Miguel Anchila

Miguel Segundo Manga

HISTORIAS DE VIDA Y RESISTENCIA

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